Nombres y apellidos

15 de mayo de 2010



Hubo un tiempo en este bendito país en que, para ser escritor, bastaba con llamarse Miguel. Mejor dicho, era preferible llamarse Miguel porque había toda una tradición de Migueles literarios, ya fueran de la Edad de Oro la de Plata o la del 98, que ya es decir, con lo cenizos y plastas que eran. Luego hubo un amago de feminización, una época ochentiana, rara y nocturna, como la movida o el culteranismo barroco, en la que era mejor llamarse Almudena; era más llamativo, más bizarro, más castizo y popular a la vez.
Pero soplaron vientos procedentes de las proximidades del Círculo Polar Ártico. Y pobre entonces del que no se apellidara algo terminado en doble ese y "on" (el nombre propio daba igual que fuera masculino o femenino, que el escritor en cuestión tuviera gafas pasadas de moda o no). Poco después había que llamarse algo anglosajón, con doble ene a ser posible -Connelly, Connolly, Cannelly.
Esto se ha acabado ya. Comienza ahora el imperio Ortiz. Lo siento por quien no lleve este ilustre apellido en su carné de identidad o en su carne mortal. Porque esto no ha hecho más que empezar: la era de los escritores Ortiz. Que se lo digan a mi primo (Francisco Ortiz), que se lo digan a mi hermana (también Ortiz) o a Una Misma, claro. Leticia, en cambio, no sé si por el momento escribe. Aunque no me extrañaría lo más mínimo.

(En la ilustración, una fotografía del escritor Miguel Espinosa, 1926-1982).

2 comentarios:

Francisco Ortiz dijo...

Qué bueno. Qué bueno. Cien vítores para tu magnífico humor. Y un abrazo, de paso. (Yo también te tengo muy presente, sin bromas. Échale un vistazo a la entrevista del Heraldo).

HLO dijo...

Muchas gracias, ya he leído la entrevista.
Otro abrazo desde aquí, desde esta costa.