Cernuda II

2 de marzo de 2012


Como ya comprobamos en la primera parte de la obra (Luis Cernuda. Años españoles, 1902-1938), la exhaustividad es una de las características de Rivero Taravillo como biógrafo. El también poeta sevillano nos muestra al biografiado con un dibujo minucioso, resaltando perfiles y acentuando el sombreado con las zonas que ilumina.
Todo ello sin penetrar más allá de donde es posible penetrar, sin rebasar esa línea invisible más allá de la cual es imposible decir con seguridad, sólo aventurar. Rivero no interpreta, no inventa, no mistifica. Sabe que hay zonas de incertidumbre, zonas oscuras que ni las referencias escritas ni los testimonios orales pueden iluminar; tiene la aguda conciencia de que hay una inaprehensibilidad cierta, la certeza de que es imposible atrapar a alguien por completo en una biografía. Así lo dice al final del libro (pág.347), citando las palabras de Cernuda: “Nadie podrá ya evocar para el mundo lo que en el mundo termina contigo”.
 Y sin embargo aquí tenemos la vívida figura de Luis Cernuda en múltiples facetas, como las de un diamante bien tallado. Rivero no nos hurta episodios escabrosos (la posible pederastia), ni el agrio carácter del poeta que le dificulta tanto las relaciones sociales y le lleva a polémicas de carácter literario, como la mantenida con Dámaso Alonso (a quien reprocha la visión crítica de su poesía en Carta abierta a Dámaso Alonso, pág.202); y a sórdidas rencillas de menor tono aún (pág. 288).
Pero lo que destaca en la vida de Luis Cernuda son las condiciones dramáticas que le impone el exilio. Asistimos con zozobra a su peregrinar por ciudades como Londres, Cambridge o Glasgow, con las inherentes penurias económicas de alguien que carece de empleo fijo y carece también de vocación pedagógica. La enseñanza, mal que bien, fue su modo de ganarse la vida y será lo que le lleve a Estados Unidos en 1947. Su estancia en Mount Holyoke (Massachusetts), donde impartirá clases de lengua española literatura a chicas, tampoco será idílica.
Tan sólo México se ofrecerá como un paraíso sureño, el lugar cálido donde volverá a encontrar el amor. Allí conocerá a Salvador Alighieri, un joven (anciano ya pero vivo aún: Rivero lo ha entrevistado para el libro) que será la imagen, recurrente y evasiva a la vez, de Poemas para un cuerpo. Y allí conocerá la muerte, en Coyoacán, en casa de Concha Méndez y su hija Paloma, quienes habían acogido con afecto al poeta.
Indagar con minuciosidad en la vida del autor de La realidad y el deseo se impone como necesario. Pues como nos dice Rivero en el prólogo, si el poeta hubiera tenido una vida repleta de aventuras,  se hubiera podido “despachar someramente su biografía en doscientas páginas”. Mas ese vivir “replegado y monótono dedicado a la creación” es un mundo insondable (¿hay algo más misterioso que la creación?) del que se ha tratado de dar cuenta en esta biografía.
Hay que acercarse a la materia de la vida para comprender la materia poética cernudiana en toda su profundidad, su génesis (muchas veces dolorosa) y sus referentes íntimos, tan crípticos. Hay que acercarse también a esta obra para disfrutar con la excelente labor investigadora de Antonio Rivero Taravillo, la que sólo un poeta de su sensibilidad podía hacer. Pues quizá sólo un poeta excelente puede desentrañar a un excelente poeta con toda su intensidad.

Antonio Rivero Taravillo, “Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963)”. Barcelona, Tusquets, 2011.

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