Pintoras

30 de julio de 2013

   En Roma decidí no comprar catálogos ni guías de museos. Me encantan pero luego son pesadísimos de llevar y en verdad -excepto algunos catálogos de exposiciones muy significativas- apenas se consultan después.  No obstante, no podía dejar de visitar ansiosa las tiendas de todos los museos (de los diez  que he visitado en la ciudad) y rebuscar entre los libros que no fuesen guías puramente turísticas o tochos de tonelada y media sobre Caravaggio o el Bernini. Y he encontrado pequeñas joyas como ésta, que no deja de ser una obra divulgativa pero que resulta muy interesante. Recoge vida y obra de pintoras-  y alguna arquitecta- que han trabajado en Roma.
   Colocadas en orden alfabético, la primera que aparece es Sofonisba Anguissola, pinora conocida en estos pagos porque trabajó un tiempo al servicio del monarca Felipe II. A otras pintoras no las conocía, como Ginevra Cantofoli (1618-1672), una de las pocas artistas que no pertenece a una familia de pintores ni estuvo casada con uno de ellos; o a Maria Luigia Raggi (1742-1813), que escapó a un destino no deseado de monja de clausura haciéndose pintora de paisajes.
    Una de las pintoras que no podía faltar es Artemisia Gentileschi (1593-1653). Curiosamente, su autorretrato como alegoría de la pintura cuelga en el Museo del Palazzo Barberini sólo como "Alegoría de la pintura", omitiendo el nombre de la artista. Mas es tal la fuerza del rostro femenino, la valentía de la pincelada, la originalidad en el tratamiento del tema que el cuadro no pasa desapercibido, incluso estando en la misma sala que la impresionante obra de Carvaggio Giudita e Oloferne.

(En la ilustración, el autorretrato de Artemisia Gentileschi como alegoría de la pintura; obsérvese la seriedad del rostro de la autora, la elegante disposición de los ropajes que no excluye un adecuado cromatismo y, sobre todo, la disposición del retratado que, emergiendo entre las sombras, parece un personaje real a punto de ser tocado por el pincel -piénsese que en esta época, tocar el rostro de un hombre era considerado como algo afrentoso, aunque siendo una mujer la que realiza la acción puede dotarse de cierto acento erótico que el gesto de la artista, sin embargo, parece disipar).

Consuelo Lollobrigida, Donne che dipingono. Itinerari romani sulle tracce delle artiste dal XVI al XXI secolo. Foligno, Etgraphiae, 2013.

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