Todas somos Malala

13 de octubre de 2014

 Yo también me llamo Malala. Si puedo escribir esto, si he escrito y publicado mis libros, si hay personas que los han leído,es porque se decidió un día, en un país, que todos los niños debían ir a la escuela. Incluso si vivían en pueblos pequeños, como en el que yo me crié; incluso si eran niñas. Incluso aunque al régimen franquista le importara un bledo la promoción de las niñas y de las futuras mujeres -tal vez sólo pensara en disciplinadas hordas de secretarias y enfermeras, de recepcionistas y vendedoras algo educadas, pero la realidad superó esas ficciones de sumisión y economicismo.
 Todas somos Malala. Todos también: todos los que piensan que la educación aporta algo bueno al ser humano, algo esencial e ineludible, tanto si es hombre como mujer. No una "cultureta" o un montón de datos y de destrezas, algo más importante: el dominio de sí, la comprensión de lo que es y de lo que lo rodea, la extensión, en fin, de su ser, que no queda reducido a una experiencia mediata y limitada, sino que se abre a todas las posibilidades del mundo. A su perfeccionamiento y al de la sociedad entera también.
 A una criatura a la que se le priva del acceso al conocimiento se le está vedando el acceso a otros bienes, presentes y futuros. Porque, como decía Rita Levi-Montalcini, quizá el conocimiento sea el bien, el valor supremo, pues sin él difícilmente pueden existir otros valores a los que continuamente apelamos.
 El galardón lo reciben Malala Yosafzai y Kailash Satyarthi, pero la alegría es para los millones de personas que creemos en la educación y en la palabra como fermento de felicidad y de progreso.


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