Cualquier excusa es buena para releer a Zygmunt Bauman -hasta, incluso, si le dan un premio como el Príncipe de Asturias. De este joven sociólogo (Poznan -Polonia-, 1925) sólo he leído dos libros. Escojo este párrafo de la introducción de "El arte de la vida":
"La incertidumbre es el hábito natural de la vida humana, si bien la esperanza de escapar de esta incertidumbre es el motor de nuestra búsqueda vital. Escapar de la incertidumbre es un ingrediente esencial, aunque tan sólo sea tácito o supuesto, de todas y cada una de las imágenes combinadas de la felicidad. Esto explica por qué la felicidad genuina, verdadera y completa siempre parece encontrarse a cierta
distancia: como un horizonte que se aleja cada vez que intentamos acercarnos a él".
(Bueno, certidumbre, certidumbre, sólo hay una. Pero aunque no nos pueda proporcionar felicidad en sí -o sólo a costa de constituirnos como seres gravemente tarados desde el punto de vista ético-, sí es ese gran fondo oscuro sobre el que resaltan los breves, los hermosos destellos de la vida).
Zygmunt Bauman,"El arte de la vida. De la vida como obra de arte". Barcelona, Paidós, 2009.
Incertidumbre
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Etiquetas: Zygmunt Bauman
El bronce asesino
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Las circunstancias de la muerte del marchante de arte Ambroise Vollard fueron extrañas. Según algunas fuentes, murió al ser golpeado de forma fortuita por un bronce del escultor Maillol situado en la bandeja del automóvil en el que viajaba; según otras, esa muerte nada tendría de accidental. El bronce no salió disparado tras un frenazo, sino que fue utilizado de forma reiterada por el conductor del automóvil, a instancias tal vez de un marchante de arte rival
A su muerte, acaecida en 1939, su fortuna ascendía a la fabulosa cantidad de quince millones de dólares. Una fortuna que había amasado, por ejemplo,comprando a bajo precio obras a un Cézanne endeudado hasta las cejas.
Esto lo cuenta Don Thompson en un libro, cuajado de anécdotas, en el que desbroza sin piedad el espinoso campo del mercado del arte actual.
Una de las obras que patrocinó Ambroise Vollard y que ha ligado su nombre al de Pablo Picasso es la archifamosa "Suite Vollard". Un conjunto de cien grabados, realizados por el artista malagueño entre 1930 y 1937, y que ha quedado como una de las series de estampas más importantes de todos los tiempos.
En la ilustración, "Minotauro acariciando a una mujer dormida". Suite Vollard, nº 93, 1933. Punta seca sobre plancha de cobre.
Don Thompson, "El tiburón de 12 millones de dólares. La curiosa economía del arte contemporáneo y las casas de subastas". Barcelona, Ariel, 2009.
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Timbres
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La excusa para volver a hablar de Brunetti es esta magnífica fotografía que me pasa Francisco Martín Cobos (www.cielos.es). Está tomada en Venecia; son los típicos timbres metálicos que jalonan las portadas venecianas. La foto está retocada para incluir el nombre de nuestro querido amigo Brunetti (el segundo en la fila de la izquierda). El insigne comisario vive en un lugar indeterminado del barrio de San Polo, no lejos -suponemos- de la iglesia homónima, donde hay un ciclo de pinturas de Tiépolo y una columnata neoclásica bastante chocante -por no decir hororosa- en el contexto de la arquitectura veneciana.
Pero voy a consultar el libro que comienza con los problemas de Brunetti con su vivienda y caigo en la cuenta que debe ser "Amigos en las altas esferas". Un volumen que presté hace tiempo, con el benemérito propósito de expandir el gusto por la literatura y el aprecio en particular de la obra de Donna Leon, y del que no he vuelto a saber nada. Es un ejemplar de bolsillo, barato, pero muy valioso para mí en estos momentos, cuando no lo tengo a mano.
Así que haciendo una excepción en este blog -en el que sólo comento libros que están en mi biblioteca- le dedico esta entradilla, con toda nostalgia, al libro no retornado, al que ya no está en mis estantes.
Si es que los libros, como las bragas y los sujetadores, no hay que prestarlos. Ni a las vecinas.
Donna Leon, "Amigos en las altas esferas". Barcelona, Seix Barral, 2003.
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Etiquetas: Brunetti
El error
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Lo leyó ayer. Uno de mis poemas favoritos, el que tenía subrayado en verde en mi ejemplar de "Somos el tiempo que nos queda". Lo leyó con su acento de atlánticos diversos, de novogranadino adoptivo o de camagüeyano imaginario, con su prosodia de poeta de la antigüedad clásica -la mano, subrayando el ritmo, supliendo el énfasis de un cuerpo entero. El poema se titula "Biblioteca particular" y comienza así:
"Comparecen los libros en lugares
anómalos, se juntan
con indolente simetría:
un tropel
de vestigios locuaces,
pendencieros, irresolutos, lerdos"
Para terminar con este atinado préstamo de Jack London:
"Mi error fue abrir un día un libro".
José Manuel Caballero Bonald, "Somos el tiempo que nos queda". Barcelona, Seix Barral, 2004.
(José Manuel Caballero Bonal leyó ayer, día diecinueve de mayo, en el Centro Andaluz de las Letras de Málaga. Aurora Luque hizo una magnífica intoducción sobre sobre la obra del escritor, señalando la capacidad mitogénica del autor y su incesante exploración del nocturno, de la noche como tema recurrente; las palabras "banales y débiles", dijo, no son invitadas a su literatura. Ambos escritores fueron presentados por Julio Neira, director del CAL).
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Huevos
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No sé si retomaré la lectura de la novela. Ya me he saltado una de las reglas que establecí en mis aforismos sobre libros y lectura: que si no te gusta un libro, lo dejes, porque tu tiempo no es infinito y los libros decididamente sí. He continuado leyendo a pesar de que el protagonista no me gustaba en absoluto, ni menos aún los diálogos establecidos con su ex-esposa y tampoco podía apoyarme en interés por la trama que, de existir, está adelgazada hasta su práctica desaparición.
Tan sólo me retenía pegada al libro una exigencia estética que sí hay que reconocerle a la escritora. Una escritura rica que, en un momento determinado, me reconcilia con la novela (el momento-huevo revuelto, del comienzo de la página 116, donde, con una metáfora brillante, nos muestra la dicotomía seguridad-libertad).
No me gustó el cambio del punto de vista. Quizá estaba agotado el personaje del detective Zarco, el semidandi y semipederasta de ojos azules.
No sé. Quizá le dé otra oportunidad de seducirme. A la novela, me refiero.
Marta Sanz, "Black, black, black". Barcelona, Anagrama, 2010-
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Viaje al centro de una vida
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Me costó descifrar la caligrafía (no lo hice, de hecho, hasta el día siguiente). Cuando pude leer la dedicatoria del autor, no supe a qué se refería exactamente. Sólo después de leer en su integridad la narración pude comprender el sentido cabal de las palabras manuscritas. La novela era eso, un viaje, pero no un viaje iniciático, un viaje-aventura al uso, sino un viaje-resumen, un viaje cifra y mote de una vida ya casi completa. Con la excusa de un trayecto en tren hacia la ciudad de Lausana -cada una de sus paradas dando nombre a un capítulo- la protagonista, Margarita, hace balance cabal de su existencia. Una vida que podríamos llamar anodina si nos limitáramos a subrayar, como con rotulador fluorescente, los hechos principales de la misma. Pero de qué cosa están hechas las vidas, eso lo saben sólo los escritores. Los grandes escritores, los que tienen la capacidad de transmitir la vibración de una existencia, acotada por principio en el vallado de un pecho.
El lenguaje que desgrana Antonio Soler en su novela es de una belleza formal inmensa. Alcanza cotas de densidad poética dfícilmente igualables. Y sea para describir de forma conceptista el aspecto físico de una mujer ("Era una fruta sin carne", pág. 14) o de deshacer, en una enumeración, el relato bíblico trocándolo en mera opereta ("Gentes como corderos, corderos como dioses...", pág.123), su eficacia excede el discurso narrativo, sus finalidades legítimas, pues a él sirve pero sobre todo sirve para crear un mundo único, irrepetible. Como cada existencia. Solo que el escritor señala ésa y nos la incrusta en nuestra experiencia
estética y emocional ya para siempre.
(En la ilustración, una foto de Antonio Soler; la dedicatoria del libro reza: " Para Herminia Luque este viaje de cercanías a un corazón, a una vida").
Antonio Soler, "Lausana". Barcelona, Mondadori, 2010.
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Nombres y apellidos
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Hubo un tiempo en este bendito país en que, para ser escritor, bastaba con llamarse Miguel. Mejor dicho, era preferible llamarse Miguel porque había toda una tradición de Migueles literarios, ya fueran de la Edad de Oro la de Plata o la del 98, que ya es decir, con lo cenizos y plastas que eran. Luego hubo un amago de feminización, una época ochentiana, rara y nocturna, como la movida o el culteranismo barroco, en la que era mejor llamarse Almudena; era más llamativo, más bizarro, más castizo y popular a la vez.
Pero soplaron vientos procedentes de las proximidades del Círculo Polar Ártico. Y pobre entonces del que no se apellidara algo terminado en doble ese y "on" (el nombre propio daba igual que fuera masculino o femenino, que el escritor en cuestión tuviera gafas pasadas de moda o no). Poco después había que llamarse algo anglosajón, con doble ene a ser posible -Connelly, Connolly, Cannelly.
Esto se ha acabado ya. Comienza ahora el imperio Ortiz. Lo siento por quien no lleve este ilustre apellido en su carné de identidad o en su carne mortal. Porque esto no ha hecho más que empezar: la era de los escritores Ortiz. Que se lo digan a mi primo (Francisco Ortiz), que se lo digan a mi hermana (también Ortiz) o a Una Misma, claro. Leticia, en cambio, no sé si por el momento escribe. Aunque no me extrañaría lo más mínimo.
(En la ilustración, una fotografía del escritor Miguel Espinosa, 1926-1982).
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Lausana
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Pasas dos veces al día al lado de una lámina de agua. Aguas estancadas que un día fingen ser un lago alpino que se tiende reflectante y dócil a la mirada; otras se transmutan en fosa tectónica tropical, verdosa y sucia, ahíta de cadáveres de rumiantes. Pero es un lago suizo el que se me cruza en especie literaria y una ciudad, Lausana, como título de novela. Qué puedo hacer sino abandonar todo lo demás -novelas, hombres, aguas- y sumergirme en el flujo opaco de sus letras. La escritura es tan atrayente que no sé cómo ni en qué estado volveré a la superficie. Después de ella.
Antonio Soler, "Lausana". Barcelona, Mondadori, 2010
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El camino blanco
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No he leído nada de John Connolly y no sé de qué pie cojea. Estuve a punto de comprar otra de sus novelas pero no lo hice. Me llama la atención pero ¿cómo es su estilo? ¿Cómo resuelve las tramas el autor? ¿Se está ganando por méritos propios el aupamiento editorial que goza? ¿O es un producto editorial al uso? A esas preguntas trataré de responder en los próximos días. Cuando me acabe un par de libros que tengo atascados por ahí. O no.
(La portada del libro es una birria: unas manos grotescas chorreando pintura roja cruzadas tras la espalda de un hombre que viste camisa blanca y vaqueros).
John Connolly, "El camino blanco". Barcelona, Tusquets, 2010.
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Seis muertos
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No me resisto a transcribir este aforismo de Chesterton ¡es buenísimo!. Lo he encontrado en un librito de una colección -deliciosa- dedicada a los aforismos. Pertenece una editorial mejicana que no conocía hasta la fecha.
Este aforismo, más que un denuesto de cierta tendencia literaria, una reivindicación en toda regla del género detectivesco -harto más racional. Dice así:
"Los cuentos detectivescos describen, por regla general, a seis hombres que discuten sobre cómo es que un hombre ha muerto. Las historias filosóficas modernas describen a seis hombres muertos que discuten sobre cómo es posible que un hombre viva".
G.K.Chesterton, "Aforismos". México, Verdehalago, 2009.
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Cálculos
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He calculado mi IMC (Índice de Masa Corporal) según la canónica fórmula de kilogramos de peso dividido entre la altura (en metros) al cuadrado. Es de 19,333. Bueno -hasta la presente- está dentro de lo tolerable.
Habrá, me pregunto, un índice de Masa Intelectual, dividiendo, por ejemplo, el número de días vivido entre los libros leídos, menos horas de deberes insoslayables y tareas higiénico-sanitarias imprescindibles. O algo parecido.
Propongo al amable lector que dé su fórmula particular. No valen número de títulos académicos ni tests de inteligencia al uso (psicoómetras y lombrosianos, absteneos).
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Toda la piel del mundo
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Com una diva de la ópera que es -de la ópera poética, se entiende- Juana Castro tuvo que hacer un bis. Ya nos había deleitado con la fuerza expresiva de poemas memorables (como "Sentir el peso cálido","Hablaba aquella niña con los árboles" o "De la libertad que el cetrero regala a su ave"),con la hermosa dicción de su palabra, con el don de su verbo memorioso. Pero su público, entregado y fiel, quería más. No nos pensábamos mover de nuestro asiento si no nos regalaba otro más, uno más antes del premioso apagar de luces. Y nos brindó "Toda la piel del mundo", un poema en el que un bolso femenino (ese denostado adminículo)se erige en megalópolis,en ex-libris, en río. En río simbólico Que va a dar al mar.
(Juana Castro leyó sus poemas en el Centro Andaluz de las Letras, en Málaga, a cinco del cinco del dos mil diez, siendo presentada por Julio Neira, director de la institución, e Isabel Pérez Montalbán, quien hizo una magnífica semblanza de la autora y su obra).
Juana Castro, "Heredad. Seguido de Cartas de enero". Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2010.
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Un cadáver lleno de mundo
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Éste no es un blog de poesía. Pero naturalmente puedo incluir aquellos libros que por temática o por sus autores me llamen especialemente la atención. El libro de Isabel me sorprendió, en primer lugar por el título. Al abrirlo comprobé que se trata de una sutil modificación -mejorada, diría yo- del verso de César Vallejo "Su cadáver estaba lleno de mundo". En algunos de sus poemas reconocí a la escritora fiel a sí misma y a su ideología; en otrs vislumbré a una poetisa más desgarrada y más barroca. Como en el poema "Los campos estériles", que se desliza, viscoso y ardiente como el magma volcánico, bajo el umbráculo de su antecesora en el oficio poético, Sor Juana Inés de la Cruz.
Isabel Pérez Montalbán, "Un cadáver lleno de mundo". Madrid, Hiperión, 2010
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Etiquetas: poesía
Black, black, black
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Hoy han llegdo a mis manos (junto con un precioso mini-teclado inalámbrico ¡Gracias E. M.!)dos novelas: "Tess la de los Urberville", de Thomas Hardy, y "Black, black, black", de Marta Sanz. Por supuesto las he empezado las dos.
Hardy es un viejo amigo, si bien esta novela no la había leído, y ha sido la referencia de Ruth Rendell en "El agua está espléndida" lo que me ha inducido a buscarla.
De Marta Sanz no me había leído nada; me sonaba su nombre, quizá de El ojo crítico (el programa de Radio Nacional del que recibió el premio homónimo). Busco una referencia biográfica en internet y me topo con la de la wikipedia, verdaderamente lamentable. Esto no es óbice para que me arranque a leerla y, en fin, no lo hace mal. Quizá el personaje del detective parece poco verosímil, pero eso puede cambiar en las siguientes páginas. El nivel de exigencia estética parece alto. Y eso no creo que cambie en el reso del libro.
Marta Sanz, "Black, black, black". Barcelona, Anagrama, 2010.
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Etiquetas: Marta Sanz
Día de la Madre
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Para amantes de lo genérico y de los Días de lo Genérico transcribo esta perla del filósofo José Ortega y Gasset (tampoco los filósofos están exentos de decir tonterías):
"La personalidad de la mujer es poco personal, o dicho de otra manera, la mujer es más un género que un individuo. Me parece vano querer cegarse ante esta evidente realidad, que explica también la labor de la mujer en la historia y la perpetua mala inteligencia entre ambos sexos".
(La ilustración es la obra de Giorgione, "La tempestad", Galería de la Academia, Venecia).
José Ortega y Gasset, "La poesía de Ana de Noailles", 1923. Citado por Anna Caballé, "Una breve historia de la misoginia. Antología y crítica". Barcelona, Lumen, 2000.
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Etiquetas: Filósofos
Vocación literaria I
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La vocación literaria siempre es mimética. Esto no quiere decir que se quiera ser exactamente como otra persona, un escritor relevante en este caso. Puede haber -y la hay- una lenta impregnación del fermento literario, una impalpable instilación del veneno de las letras en el espíritu del aprendiz literato. Tan sutil incluso que ni siquiera el interesado (el perjudicado podríamos decir) es consciente de ello.
Aun así, si la vocación literaria no es una súbita caída en el camino de Damasco, una conversión fulgurante debido al contacto con un autor u obra extraordinariamente impactante, siempre habrá unas figuras de referencia, unos autores concretos, de carne y hueso, a los que se admira de corazón. Y puede ser que no sólo por razones íntrínsecas a la literatura sino también por motivos extraliterarios. Las biografías de los escritores son, al respecto, muy reveladoras. Y aunque puedan tener un efecto corrosivo, en general poseen la virtud de situar la obra literaria en un contexto vital reconocible, con el que el lector se puede identificar.
Uno de mis santos de devoción es doña Emilia Pardo Bazán, tanto por la potencia de su obra literaria como por su arrolladora personalidad. Yo lo he dicho muchas veces: De mayor quiero ser doña Emilia Pardo Bazán. Y una vez casi lo consigo: alguien me preguntó que si yo escribía y cómo me llamaba; le dije el nombre de la escritora gallega;que si quería saber de mí, tecleara emiliapardobazan en el google. Pero fui piadosa y deshice la broma de inmediato.
(En la ilustración, el despacho de doña Emilia Pardo Bazán en la Casa Museo de La Coruña).
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Etiquetas: Escritura