Quien se acerque a este libro no encontrará una novela histórica al uso. Pues más que una simple narración sobre un fondo histórico, es un rico palimpsesto, un texto escrito sobre una materia antigua que, lejos de desaparecer, es visible y fructifica entre las líneas del nuevo texto, enriqueciéndolo. Quiere decirse que hay una potente documentación en esta historia, pero que no es una mera ambientación, sino el magma mismo de la narración; narración que se nutre lo mismo de la materia de Bretaña que de la poesía del amor cortés, también de primerizos narradores medievales o de la prosa del rey Alfonso -el más sabio entre los reyes hispanos-, algo posteriores, pero con quienes comparte este relato muchos elementos comunes de carácter material y tradiciones literarias orales y escritas.
La novela es una hermosa fábula de amor y muerte, como toda gran novela, con la riqueza sensorial del amor en todas sus variantes y con la polisemia de la muerte, la fértil hija de las batallas, la que viene sin falta para que no falten otros que acudan a los campos de batalla y los campos del amor. A través de las vicisitudes de un caballero con poca fortuna en la vida, llegaremos al escenario de la batalla de las Navas de Tolosa, que cierra el relato, relato que se erige a modo de inmenso teatro donde se mueven personajes de toda condición, de reyes a “ganapanes, putas y otra gavilla menuda”, como dice el narrador en el primer párrafo.
Hay personajes maravillosamente perfilados, con la delicadeza de una miniatura gótica, en las que destaca la elegancia de la línea y el gusto por el detalle, pero en las que asimismo se cuida al máximo, como en la novela, el efecto cromático de la página entera miniada, de la obra en su conjunto. Personajes deliciosos como Ermengarda de Mercia –una peculiar abadesa, docta y carnal a la vez, conocedora de hierbas y medicinas tanto como del corazón humano, y discípula nada menos que de Hildegarda de Bingen. O la dulce Eliabel de Nemours, dama desdichada por tener como marido al bruto de Hugo de Tours, un maltratador con todas las letras. O el mozo-para-todo, hasta para las alegrías sexuales, llamado Gozo no por casualidad. Y el mismo protagonista, Gualberto de Marignane, quien entre las heridas propias de las cosas de la guerra guarda la más dolorosa de ellas, la de unos amores de trágico final.
El lenguaje es otro de los grandes aciertos de la novela. Un lenguaje arcaizante que no sólo nos sirve para localizar temporalmente la historia, sino que cumple otra función no menos valiosa: la de permitirnos apreciar la densidad de una lengua relativamente joven pero que ha sufrido una serie de mutaciones irreversibles hasta llegar a nuestros días. Frente a la ilusión de un lenguaje estático, el nuestro, el que utilizamos todos los días, nos es dado vislumbrar la riqueza de unos giros en desuso, de un léxico desaparecido, a la par que vemos un mundo extinguido –para bien, en general. El autor utiliza con sabiduría ese lenguaje, dosificando estratégicamente expresiones y palabras que son guiños irónicos, destinados al lector cómplice y que sirven a su vez para desactivar cualquier pretensión de verosimilitud lingüística exacerbada. No hay manuscrit trouvé, sino autoría confesa de un escritor que incluye sin empacho a amigos suyos con nombres y apellidos actuales -entre las damas de la reina Leonor, por ejemplo.
El libro incluye un apéndice sobre personajes históricos (el rey Alfonso de Castilla, Pedro II de Aragón...etcétera) y cuestiones diversas, desde “monjas y fornicio” al lugar donde tuvo lugar la famosa batalla, apéndice que resulta útil y entretenido. Lo mismo puede decirse de los mapas,el árbol genealógico y otros dibujos incluidos.
Una novela magnífica, en fin; amena y llena de una riqueza lingüística exuberante, sabia y muy leedera. Sé que esa palabra no existe pero me parece que resume estas cualidades: dulce de leer y hermosa de recordar, muy llevadera -pues de página a página te lleva- y que permanece con facilidad y gratitud en la memoria.
Juan Eslava Galán. “Últimas pasiones del caballero Almafiera”. Barcelona, Planeta, 2013.