El 31 de agosto tiene algo de Nochevieja. No los festejos -el vino espumoso, las uvas, lo rojo- sino el ser víspera de un inicio. Y con ese inicio, el comienzo de un nuevo ciclo de esperanzas, de nuevos propósitos.
Los que medimos el tiempo, además, por años académicos tenemos un doble motivo para sentirlo como el fin de algo, el inicio de algo; algo que no sabemos -medrosos- qué será, pero nuevo al fin y al cabo.Un tiempo nuevo a estrenar, como esos lápices olorosos, de punta afilada, con los que pintábamos nuestros primeros sueños no escolares.
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