Este extraño país

8 de octubre de 2016

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En este país pasan cosas muy extrañas; algunas desazonantes, otras simplemente odiosas. Por eso a veces pienso en exiliarme: bien en la dulce Francia (pero no, que tienen a Marine Le Pen); bien en Laponia (tampoco: habrá azules arándanos pero no el azulor mediterráneo); o en Japón (menos: el suministro de aceite de oliva no está asegurado). 
En este país tan lleno de pisos vacíos, de deportistas de cerveza, de votantes sonámbulos, de repente, se encuentran fenómenos tan asombrosos como el que describe hoy Carlos García Gual en Babelia: en España se han traducido en los últimos años todos los grandes textos griegos: de la Odisea a Antígona, de Hipócrates a Estrabón. Y no en ediciones carísimas, sino en colecciones asequibles, en editoriales como Alianza, Gredos, Akal o Cátedra. (Pelín más caros los gredos, con su tapa azuloscura tan característica). En el mismo país en el que la literatura universal se ha extraviado en la enseñanza y los alumnos tal vez mueran sin tan siquiera haber oído hablar de Flaubert o de Nabokov. Y Aristóteles sólo es una esdrújula en un texto de 1º de ESO...
Dónde están esos lectores de clásicos; cómo se ha generado esa generación de lectores impertérritos ante modas literarias o modos de lectura recién aterrizados. Por relaciones familiares, conozco a alguno (alguna) pero necesito, ya, nombre y apellidos de esos lectores, esa comunidad cuasi secreta de lectores que, tímidos o hastiados, hunden sus miradas en el undoso mar de nuestros orígenes mientras que un fragor de política inhábil, un estruendo de juegos para adultos, un chisporroteo de pantallas rectangulares los -nos- rodea codiciosos de nuestro tiempo y de nuestras almas.

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