Leía yo este fin de semana un
artículo de Antonio Rodríguez Almodóvar en el que ironizaba sobre la
desaparición, en un hipotético futuro, del celibato de los sacerdotes
católicos. Y en él se hacía referencia a que, hasta el siglo XI, este celibato no se convierte
en una norma de obligado cumplimiento. De hecho, en el siglo IV existen en la
península ibérica auténticas dinastías episcopales, es decir, cargos de obispo
que pasan de padres a hijos. Ramón Teja las documenta y nos habla de los
Valerios de Zaragoza, los Sabinos de Sevilla o del obispo de Astorga, Simposio,
que ordena sacerdote a su hijo Dictinio y luego obispo (aún en contra de la
sugerencia de Ambrosio de Milán, que recelaba de ese nombramiento, dado que
padre e hijo eran seguidores del hereje Prisciliano). Y en unas cartas
falsamente atribuidas a San Jerónimo, escritas en un entorno hispano alrededor
del año 400 d. C., se halla como destinataria a una tal Marcela, perteneciente
a una "familia sacerdotal" e instruida ella misma en la doctrina sacerdotal.
(En la ilustración, retrato en mosaico de Ambrosio de Milán, en la capilla de San Vittore in Ciel d´Oro, contigua a la basílica de San Ambrosio, en la ciudad de Milán).
Antonio Rodríguez Almodóvar,
“Tinieblas del pasado”. Revista Escuela, nº 3.916 (1.341), 29 de septiembre de
2011.
Ramón Teja, “Emperadores,
obispos, monjes y mujeres protagonistas del cristianismo antiguo”. Madrid,
Trotta, 1999.
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