Deberíamos crear un santoral literario. Un calendario con todos y cada uno de los días del año dedicados a una figura literaria, a su obra y a los milagros y beneficios que ha obrado ésta. El escritor -o escritora- celebrado no tiene por qué estar muerto, aunque todos sabemos que la grandeza de un literato es directamente proporcional al número de días que lleva sin respirar en la atmósfera terrestre.
No todos los días podrían ser festivos, claro, pero sí alguno, un día de vacación, de holganza que agradeceríamos, pongamos por caso a Góngora o a García Baena; un día en el que no hubiera obligación de ir a misa-evento literario para no acabar aborreciendo una obra obligatoria. Que podríamos dedicar a lo que quisiéramos, a leer también.
Una vez al año, eso sí, el 1 de noviembre, por ejemplo, celebraríamos Todos los Literatos; homenajearíamos a todos los que se esfuerzan en las tareas literarias, en el deber de la letra, tengan un reconocimiento público o no, sean mundialmente famosos o conocidos en su casa a la hora de comer. Podríamos copiar la costumbre mejicana de los altares y crear pequeños altares domésticos o grandes aras públicas donde además del retrato del muerto (o pre-muerto) estén las cosas que le gustan, sus libros y sus bebidas, sus flores predilectas, las cosas, en fin, que le hicieron o hacen aún feliz.
Yo voy a empezar con la costumbre de felicitar a TODOS LOS ESCRITORES en este día. Enhorabuena a todos, y a seguir creando. A seguir creyendo en la literatura y sus miríficos efectos.
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