En un artículo publicado hoy en "S moda" y que firma Begoña Gómez Urzaiz, la autora se pregunta por qué muchos libros escritos por mujeres tienen unas portadas tan cursis. Y si eso, es decir, portadas con corazones, letra inglesa, flores, mujeres hermosas, tonos cálidos o pastelosos, si eso mismo sería aceptable en portadas de libros escritos por hombres, sobre todo en aquellos autores consagrados por la tradición, o con serias pretensiones literarias al menos.
Las razones, por supuesto, son de índole económica -son portadas potencialmente más atractivas para el público- pero que nacen también de dos prejuicios bien asentados.
Uno: la literatura femenina es eso, femenina, es decir, femenina en el peor sentido del término, blanda, lacrimógena y basada en un sentimiento dominante que es el amor.
Dos: la literatura femenina es un subgénero, un producto de mujeres escrito para mujeres; como tal tiene su nicho ecológico, su cuota de mercado y sus características específicas. Un producto vendible pero menor.
La literatura femenina no es, por tanto, la Literatura con mayúscula sino un subgénero; un producto que se halla en esa zona liminar, en el umbral entre el ser y el no ser literario -espacio, por otra parte, común a otros géneros, como el de la novela policíaca, no nos engañemos- y con más frecuencia en este extremo, lo que la convierte en poco más que en un producto de consumo con una fecha de caducidad precisa.
(Por estos asentadísimos prejuicios, mi menda escribió su primer libro con un protagonista masculino -Maldonado- y eligió expedientes lingüísticos y recursos literarios que alejaran a la novela de esos marchamos femeninos tan odiosos. Y para mi tercer libro, como pude elegir portada -gentileza de un editor tan excelente como Paco Torres- me decanté por una fotografía del estupendo fotógrafo Francisco Martín Cobos. Una fotografía en blanco y negro, con ese cortijillo alpujarreño, en medio de la crudeza de la estación invernal, que transmite una desolación implacable).
A las razones anteriormente aducidas para explicar esa plaga de portadas cursis habría que añadir una tercera, una razón que nace del escaso nivel de educación estética del país -de más países por supuesto, no sólo de España. La sociedad de masas impone su estética kitsch y los medios impresos se pliegan a ella sin sentido de la vergüenza ninguno. Pero qué pensar de una nación tan ineducada desde el punto de vista de la imagen (lo que incluye la pintura, la fotografía, la historia del arte), en la que un cuadro del Tiziano es feo, Picasso sigue siendo un moderno insoportable y el símbolo de la belleza -y de lo femenino, por añadidura- es, por supuesto, Beyoncé. Hagan una encuesta, si no.
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