Antonio Soler habló ayer con sus lectores -lectoras, sobre todo- de su novela "Una historia violenta" (ver reseña en este blog, etiqueta "Antonio Soler"). Con ello se puso fin al ciclo, organizado por Cristina Consuegra (en la fotografía, a la izquierda) Encuentros con Autores en las Bibliotecas, si bien el encuentro tuvo lugar en el Palmeral de las Sorpresas, en el marco de la Feria del Libro de Málaga.
Habló Soler sobre todo de asuntos de "cocina" literaria, es decir, de cómo se cuece un libro, cómo se ha cocido, se ha hecho esta novela en concreto.
Dice el novelista malagueño que para escribir hace falta un orgullo feroz; el autor, cuando escribe, está poseído por una soberbia inmensa a la vez que pueden anidar en él infinitos temores y dudas. Pero ese orgullo debe existir. Pues están ahí Shakespeare, Cervantes, tantos otros con sus obras tan valiosas, y hala, llega Soler y añade una más -se refirió a sí mismo, en tercera persona, con esta ironía.
Aseguró que él no improvisa. Escribe cuando todo lo tiene ya muy meditado, sin variar en lo sustancial lo ya pensado. Aunque en el tránsito de esa idea magmática al registro verbal quepan sorpresas y hallazgos. Escribe sin dejar que los personajes lo arrastren -lo cual se ha convertido ya en un lugar común, los escritores somos muy noveleros, dijo. Ni los personajes le dictan lo que tiene que hacer ni recibe la visita de las señoras Musas ni una fuerza arrebatadora llamada inspiración lo asiste. Todo es cuestión de trabajo, de disciplina. Quizá porque es algo vago (el vago más trabajador que conoce; sus once novelas y sus miles de artículos periodísticos lo constatan; hasta la novela que escribió por encargo, "Boabdil", puede ser considerada como muestra de ello).
Pero el escritor tampoco lo sabe todo, no lo dice todo. Deja pequeños cabos sueltos para que el lector imagine (cuál es la situación sentimental de uno de los personajes femeninos, Tusa), para que el lector se haga preguntas.
También escribir, afirmó, puede ser un ajuste de cuentas. Con un tiempo, con un espacio concreto como el de esta novela ambientada en la Málaga de los sesenta. Pues, en contra de otros autores que temen ser tachados de costumbristas o de autores puramente locales, no duda en hablar de este espacio geográfico cercano para tratar de hacer una literatura válida para lectores de otros contextos geográficos diferentes. La universalidad de Faulkner nadie la discute, a pesar de hablar siempre de un pequeño territorio del estado de Mississippi, afirmó. Antonio Soler, sin duda, es ya un escritor universal. Esta novela, espléndidamente escrita, no hace sino avalarlo.
Casi al final de la charla sonaron,
de modo insistente, las sirenas. No las Sirenas primas hermanas de las Musas,
ni las sirenas que marcan los horarios de fábricas y colegios; las sirenas de un buque atracado en las inmediaciones. Todos lo interpretamos
como una señal aunque cada uno la descifraría de un modo diferente.
(Quizá sea el modo en que los buques rindan homenaje a escritores
excepcionales).
Antonio Soler, "Una historia violenta". Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2013.
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