Todas somos Malala. Todos también: todos los que piensan que la educación aporta algo bueno al ser humano, algo esencial e ineludible, tanto si es hombre como mujer. No una "cultureta" o un montón de datos y de destrezas, algo más importante: el dominio de sí, la comprensión de lo que es y de lo que lo rodea, la extensión, en fin, de su ser, que no queda reducido a una experiencia mediata y limitada, sino que se abre a todas las posibilidades del mundo. A su perfeccionamiento y al de la sociedad entera también.
A una criatura a la que se le priva del acceso al conocimiento se le está vedando el acceso a otros bienes, presentes y futuros. Porque, como decía Rita Levi-Montalcini, quizá el conocimiento sea el bien, el valor supremo, pues sin él difícilmente pueden existir otros valores a los que continuamente apelamos.
El galardón lo reciben Malala Yosafzai y Kailash Satyarthi, pero la alegría es para los millones de personas que creemos en la educación y en la palabra como fermento de felicidad y de progreso.
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