Una habitación en Holanda

8 de julio de 2012

Lo que parecía una propuesta interesante -una indagación de los motivos de Descartes para instalarse en las Provincias Unidas y engendrar allí su Discurso del método- se convierte en una solemne majadería.
El librito (lo es por su tamaño y el número de sus páginas, noventa y una) comienza con un excursus histórico y geográfico que se remonta...al Imperio Romano. Para dar cuenta de la tesis central del texto, impregnada por un profundísimo -y estúpido- determinismo geográfico. A saber: que Descartes no pudo escribir su obra sino en tierras frías porque... detestaba el calor. Una original idea que ya la expresó el historiador del XIX Jules Michelet como se cita en el propio libro: "Descartes, Kant buscaron lugares fríos y grises, donde desaparece la naturaleza, arenas de Prusia, pantanos de Holanda, con la esperanza de que la verdad menos dominada por los encantos de la naturaleza, se revelaría más fácilmente al corazón del hombre" (pág.49). Toma ya. Y por si no quedara clara la asunción de los presupuestos deterministas decimonónico por Bergounioux, en las dos últimas páginas el autor remacha:
    Los países que permiten trabajar como es debido no abundan (...)El mundo católico se ve, pues, eliminado de entrada del espacio mental visible (...) Además, aunque el absolutismo y el catolicismo no hubieran cerrado esas regiones a las libres indagaciones de la mente, su clima las habría hecho insoportable para Descartes. El calor lo agobia, le confunde las ideas.

  En fin, lo siento por la editorial, Minúscula. Lo que parecía un texto curioso no es más que una banalidad recubierta de hojarasca histórica y climatológica. Quizá no sea sino una muestra de una admiración desmedida hacia lo francés o hacia elementos señeros de la cultura (Descartes en este caso) o ambas cosas a la vez. Pero sin pasar por el adecuado tamiz crítico.

Pierre Bergounioux, "Una habitación en Holanda". Barcelona, Minúscula, 2011.

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