La infancia es un reino oscuro. Un lugar donde se alimenta el adulto que será o del que ese hipotético adulto tratará siempre de huir. En esta novela, Benítez Ariza recrea una infancia setentiana a partir de un episodio preciso: el ingreso de un niño en un hospital tras romperse la mandíbula. Un trance que marcará el fin de esa infancia, descrita desde el conocimiento de las condiciones materiales y las atmósferas sentimentales propias de la época (de las madres con peluca o las enfermeras de medias blancas, a los tebeos de Pumby o los mádelmans y las bicis BH).
El cuidado lenguaje de Benítez Ariza, más allá de la pura representación costumbrista, crea un mundo particular en el que las percepciones adquieren categoría de símbolo. Así, por ejemplo, cuando describe a las madres de otros niños enfermos: "ruidosas, groseras, un poco indecentes en el desaliño con que llevaban la ropa descolocada y en el modo en que se despatarraban en las butacas de gutapercha -podía uno imaginarse la tapicería pegada a los muslos- o al filo de aquella camas siempre deshechas, más nidos que camas, en cuyo centro, como un pollo enfermo, alentaba un niño" (pág.17).
Pero el mundo adulto está ahí, en ese hospital, con su cargamento de atracciones y de dolor también. El día en que, su madre y él, persguieron a una polilla hasta obligarla a abandonar la habitación, descubrieron ambién que la felicidad de su padre no se reducía a una caja de merengues y de dulces borrachos. Tampoco -lo comprobará el lector- una sala de juegos hospitalaria es el mejor trasunto de un idílico mundo infantil...(pág. 87 y ss.).
Una novela deliciosa, muy bien escrita, en la que muchos podrán reconocer fragmentos de una puericia inverosímil:la suya propia.
José Manuel Benítez Ariza, "Vacaciones de invierno". Sevilla, Paréntesis, 2009.
Vacaciones de invierno
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Etiquetas: Benítez Ariza
Recomendaciones veraniegas
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Ayer, en un programa de Radio Nacional, el escritor Luis Alberto de Cuenca hablaba de lecturas de verano. De los libros que había seleccionado para su hija: dos de Wilkie Collins ("La piedra lunar" y "La dama de blanco", en ediciones de bibliófilo; y "Drácula", de Bram Stoker).
A mí, personalmente,la recomendación no me servía. Los he leído los tres, si bien en ediciones más bien astrosillas: en libros de bolsillo que vendían con el diario El País (los de Collins; ver etiqueta Wilkie Collins), y en una edición escolar de Anaya el de Stoker.
Luego medité sobre el tema. No por Luis Alberto de Cuenca (al que aprecio), sino por la recomendación generacional. Si mi padre (que trabajaba en una caja de ahorros) me hubiera indicado mis lecturas veraniegas, yo hubiera acabado en el sector financiero. Y hubiera relegado la literatura -estoy segura- al exacto cajón de las piedades filiales.
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Etiquetas: Wilkie Collins
Perra utopía
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Leonardo Padura es un excelente narrador. Porque uno sigue leyendo esa historia que sabe perfectamente cómo acaba, pero no importa, porque la novela te absorbe, te lleva por donde ella quiere (de La Habana a París, de Méjico a Moscú).
Es cierto que en un determinado momento parece como si el autor no supiera o no quisiera concluir la narración. Y te preguntas dónde te conducirá al fin, por qué busca una nueva explicación, una suerte de justificación (o un rosario de justificaciones más bien). Y la apelación a un final tan dramático, tan sentimental, pueda parecer excesiva. Pero luego piensas, no, así está bien, perfecto. Al final, después de todo qué queda sino la pringue de los sentimientos. El pastel del materialismo histórico hace tiempo que se pudrió. "(...) y al carajo Trotski si con su fanantismo de obcecado y su complejo de ser histórico no creía que existieran las tragedias personales sino sólo los cambios de etapas sociales y suprahumanas". (pág. 570). Eso lo dice un personaje, pero el propio Padura, en una nota de agradecimiento escribe: "(...) quise utilizar la historia del asesinato de Trotski para reflexionar sobre la gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que muchos invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdido sueños, años y hasta sangre y vida" (pág.571).
Leonardo Padura, "El hombre que amaba a los perros". Barcelona, Tusquets, 2009.
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Cementerio
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El Consejo de Europa nombró, el mes pasado, al cementerio de San José de Granada "itinerario cultural europeo". En esta denominación se incluyen cuarenta y nueve cementerios de treinta y siete ciudades europeas; aquéllos que poseen un valor histórico y artístico destacado.
Pero ¡ay! al cementerio de San José le falta una tumba. Una tumba que lo convertiría en centro de peregrinación más concurrido que el Père Lachaise de París: la de Federico.
El fracaso de la excavación de la temporada pasada nos ha vuelto a sumergir en un mar de perplejidades.
Dónde estarás, Federico. Ni siquiera tienes un cenotafio.
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Cristina Kahlo
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He vuelto con Padura. Lo abandoné, no tanto urgida por necesidades perentorias (trabajo, etcétera), cuanto por sentirme abrumada por la morosidad del relato. La novela es larga, pero sobre todo, densa. Con dos líneas temporales que se entrelazan (Cuba, 1977; años 30). Con Ramón Mercader y Trosky compartiendo el protagonismo narrativo. Y un misterioso "hombre que amaba a los perros" que le hace insólitas confidencias a un escritor cubano.
Quizá sólo se pueda novelar así una historia tan inverosímil: con la morosidad necesaria para reconstruir la verdad de una historia increíble (más los añadidos de la ficción novelesca).
En Coyacán, en la Casa Azul, un Trostski casi sexagenario perseguirá primero a Crsitina Kahlo (sin conseguirla) y luego a Frida (que se le entregará con una urgencia pasmosa).
(En la ilustración, un retrato de Cristina, pintado por Frida Kahlo).
Leonardo Padura, "El hombre que amaba a los perros". Barcelona, Tusquets, 2009.
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Etiquetas: Leonardo Padura
Un nuevo Velázquez
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Ha sido hallado, al parecer, un nuevo velázquez. Un cuadro que estaba almacenado en los sótanos de la unversidad de Yale, catalogado como de un autor indeterminado del siglo XVII (cf. edición de hoy de El País).
El óleo es curioso, no sólo por la figura de Santa Ana -extrañamente masculina en su rostro-, o por la figura de la virgen niña -tan desvalida-, sino sobre todo por el tema. Cómo entendía un personaje del barroco, el mismísimo Velázquez, el aprendizaje de la lectura: como un acto privado, inserto en el ámbito doméstico. No había entonces lo que entendemos ahora por un sistema educativo (un invento decimonónico). Y si existían escuelas, estaban organizadas por instituciones eclesiásticas. De hecho, hasta casi el siglo XX, la única posibilidad de educación formal para las niñas era el convento. Pero, en general, la educación de las mujeres siguió los preceptos de "La perfecta casada" de fray Luis de León y se limitó a un aprendizaje somero de la lectura y una orientación intensiva hacia las tareas domésticas y las labores que se consideraban propias de su sexo.
No es extraño que una contemporánea de Velázquez, la novelista María de Zayas, escribiera: "Y así, la verdadera causa de no ser las mujeres doctas, no es defecto del caudal, sino falta de la aplicación, porque si en nuestra crianza, como nos ponen el cambray en las almohadillas y los dibujos en el bastidor, nos dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras como los hombres..." (pág. 15).
(En la ilustración, el óleo de Yale).
"Entre la rueca y la pluma. Novela de mujeres en el Barroco". Estudio, edición y notas de Evangelina Rodríguez Cuadros y Marta Haro Cortés. Madrid, Biblioteca Nueva, 1999.
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Nunca demasiados libros
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Ayer, mientras los ruidos de cierto evento deportivo me llegaban a través de la ventana (el mar no era competencia), leía "Los demasiados libros". Un libro de Gabriel Zaid que subraya aspectos paradójicos de los libros cuando se cuantifican -ya sea la cantidad de sus lectores, el precio de los mismos o el número de ediciones.
Dice Zaid que leer es cosa de pobres. Los libros no son caros. Pero los lectores no crecen en proporción al incremento de la población escolarizada e incluso universitaria. Señala con ironía que, incluso, en medio universitarios, leer estorba, porque lo que cuenta es publicar. Y leer es sólo felicidad (pág.60).
"La humanidad publica un libro cada medio minuto", escribe. "Los libros se publican a tal velocidad que nos vuelven cada vez más incultos. Si alguien lee un libro diario (cinco por semana), deja de leer 4.000 publicados el mismo día" (pág.20).
Irónicamente, Zaid propone una dieta, un racionamiento: todo aquel que quisiera escribir, debería haber leído antes al menos mil de su especie (poema, artículo o libro)."La proporción iría ajustándose, hasta lograr el equilibrio de la oferta y la demanda" (pág.81). Pues, como augura la editorial Lulu, dentro de unos años habrá en Estados Unidos más escritores que lectores.
La melancolía comenzó a invadirme. No sé si a causa de la desmesura del mundo libresco (insignificante garbancito el que aspire a ser dentro de él). O del feroz ambiente deportivo.
Gabriel Zaid, "Los demasiados libros". Barcelona, Debolsillo, 2010.
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