Al hilo de la muerte de Ray Bradbury-el autor de "Farenheiit 451", una de mas más famosas distopías, aquella en la que los libros eran quemados por considerarse peligrosos para la población- cabría preguntarse quién quema los libros en nuestra sociedad.
No hay inquisiciones, ni siquiera inquisiciones particulares como la que organiza cierto hidalgo de La Mancha para regocijo de sus contemporáneos.
Pero existen otras formas de destruir un libro depreciándolo, despreciándolo. Quitándole valor, negándole importancia. Hay formas nada sutiles de degradación el libro, como la de rellenarlo de contenidos fútiles o directamente estúpidos (la vida de un deportista contada por zutano, pongamos por caso). Pero, como escribí en otro lugar, ni siquiera la suma de todos los libros estúpidos han podido con el libro. Eterno libro dijo hace poco Marc Fumaroli; en verdad ignífugo libro dijo Bradbury.
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