El otro día, en un almuerzo, hablaba con unos compañeros sobre las vacaciones. Dos de ellos -Juan, Mª Carmen- me recomendaban vivamente prescindir del reloj durante ellas. Un verano sin relojes, sin atarse a horario alguno; un verano de tranquilidad y de hacer lo que se quiere al ritmo que se quiere.
Y yo les replicaba que no quiero tranquilidad. Más estrés es lo que quiero yo: más creatividad y estímulos intelectuales. Leer intensivamente, escribir todas las cosas que se acumulan en mi cabeza, llevar a cabo los proyectos aplazados.
No, no quiero tranquilidad; eso para mí es la muerte: una placidez eterna, sin mesura de tiempo....
No, yo quiero horarios y disciplina; trabajar en mis escritos con rigor y aplicación. Un día de playa por obligación -bastantes he tenido en mi vida- es el vacío: unas dunillas de arena, la inexpresividad del agua, la presión de los cuerpos ajenos...
No, yo quiero estrés. Y un bonito reloj sobre mi mesa de trabajo o en mi muñeca recordándome eso: Muñeca, escribe, que esto, antes o después, se acaba.
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2 comentarios:
También puede haber vacaciones sin playa, sin arena, sin gentío alrededor. Hay ciudades, pueblos desconocidos, catedrales, museos... Realidades diferentes que nos ayudan a abrir más nuestras cabezas. Y luego la vuelta a casa con las pilas puestas, y efectivamente a leer o escribir que son dos días. Un beso Herminia.
Eso, a leer que son dos días. Si es que no hay nada más placentero -o casi- en el mundo...
Otro beso
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