La vocación literaria siempre es mimética. Esto no quiere decir que se quiera ser exactamente como otra persona, un escritor relevante en este caso. Puede haber -y la hay- una lenta impregnación del fermento literario, una impalpable instilación del veneno de las letras en el espíritu del aprendiz literato. Tan sutil incluso que ni siquiera el interesado (el perjudicado podríamos decir) es consciente de ello.
Aun así, si la vocación literaria no es una súbita caída en el camino de Damasco, una conversión fulgurante debido al contacto con un autor u obra extraordinariamente impactante, siempre habrá unas figuras de referencia, unos autores concretos, de carne y hueso, a los que se admira de corazón. Y puede ser que no sólo por razones íntrínsecas a la literatura sino también por motivos extraliterarios. Las biografías de los escritores son, al respecto, muy reveladoras. Y aunque puedan tener un efecto corrosivo, en general poseen la virtud de situar la obra literaria en un contexto vital reconocible, con el que el lector se puede identificar.
Uno de mis santos de devoción es doña Emilia Pardo Bazán, tanto por la potencia de su obra literaria como por su arrolladora personalidad. Yo lo he dicho muchas veces: De mayor quiero ser doña Emilia Pardo Bazán. Y una vez casi lo consigo: alguien me preguntó que si yo escribía y cómo me llamaba; le dije el nombre de la escritora gallega;que si quería saber de mí, tecleara emiliapardobazan en el google. Pero fui piadosa y deshice la broma de inmediato.
(En la ilustración, el despacho de doña Emilia Pardo Bazán en la Casa Museo de La Coruña).
Vocación literaria I
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1 de mayo de 2010
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