La pintura del Dublín de los 50 es excelente. Ignoro si s ajusta por completo a la realidad histórica pero, desde el punto de vista literario, es una imagen vívida, muy plástica, por la que nos imaginamos caminar desde el bar del hotel Dolphin a la sombrerería de la señora Cuffe-Wilkes, desde la Casa de San Juan de la Cruz (el "refugio para adictos de todo tipo" donde ingresa Quirke) a la mansión de Dun Laoghaire o la casita de la actriz Isabel Galloway en Portobello.
El problema de la narración es que no existe avance alguno en la misma, no conocemos nada de la desaparecida April, que se nos hurta casi con saña, noa hay investigación propiamanete dicha. Se trasiega demasiado, ya sea té chino, leche caliente o bebidas espirituosas, es decir, los personajes se citan y beben una y otra vez, y el curso de la narración se estanca sin aportarnos algo que nos haga ver el asunto desde otro punto de vista. Y al final todo se precipita y se apelotona, las confidencias y los actos se desencadenan explosivamente. Esto es una pequeña pega sólo. La novela merece la pena. No todo Banville está aquí pero sí lo suficiente para hacer de él un libro destacado.
Benjamin Black, "En busca de April". Madrid, Santillana, 2011.
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