No escasean, aunque parezca mentira, los pintores asesinos (ya me ocupé en otra entradilla de Alonso Cano, acusado de la muerte de su esposa). El bodegonista Meléndez despachó, con una tanda de cuchilladas y en compañía de su hermano, al violador de su hermana. La historiografía no ha logrado dilucidar si la infortunada joven era Ana o Clara, así nos informa Félix de Azúa. El autor en su artículo señala el contraste escalofriante entre el pintor, un auténtico majo, un guapo según la terminología dieciochesca (hoy diríamos chulo o simplemente criminal), y la pintura irreal de sus bodegones, con sus cacharros, sus alimentos descritos con “ojos angélicos o diabólicos, pero no humanos”. No pintó este artista carne alguna ni personas (excepto la suya propia) y sí un repertorio asombroso de utensilios domésticos pintados “como si fueran joyas” . Azúa no deja de asombrarse, y con razón, ante un personaje tan arrebatado y el autor de “una pintura tan fría y detenida”. Yo tampoco dejo de admirarme ante la prosa de Félix de Azúa, su penetración psicológica y su fino análisis estético.
(El bodegón de la ilustración forma parte del paisaje de mi infancia porque una reproducción estaba en la cocina de mi abuela Herminia, aunque el limón no lo recuerdo; mucho tiempo después supe que eso era un pedazo de salmón).
Félix de Azúa, "Una mirada desafiante", artículo publicado en El País el 26 de noviembre de 2009.
(El bodegón de la ilustración forma parte del paisaje de mi infancia porque una reproducción estaba en la cocina de mi abuela Herminia, aunque el limón no lo recuerdo; mucho tiempo después supe que eso era un pedazo de salmón).
Félix de Azúa, "Una mirada desafiante", artículo publicado en El País el 26 de noviembre de 2009.
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