Cada novela tiene su fruta. O su alimento característico. O, en su defecto, su alcohol más nombrado.
En esta novela, Mercader y adláteres (Caridad, Kotov) trasiegan litros y litros de café. Pero yo destacaría el deslumbramiento de un Trotski en tierras novohispanas ante alimentos distintos, frutas inimaginables: "(mangos, piñas, zapotes, guanábanas y guayabas) pulposas y dulces, insuperables para coronar el festín de unos gustos europeos deslumbrados por texturas, olores, consistencias y sabores que se revelaban exóticos para ellos. Abrumados por aquel banquete de los sentidos, Liev Davidovich descubrió cómo sus prevenciones se esfumaban y la tensión dejaba paso a una invasiva voluptuosidad tropical capaz de arroparlo en una molicie benéfica que su organismo y su cerebro agotados recibieron golosamente, según escribió". (pág. 252).
Leonardo Padura, "El hombre que amaba a los perros". Barcelona, Tusquets, 2009.
Zapotes
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5 de julio de 2010
Publicado por HLO en 22:29
Etiquetas: Leonardo Padura
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2 comentarios:
¿A qué sabe un zapote?
¿Le gustaban a Trotski porque eran rojos?
Vaya usted a saber...O porque le recordaban a Frida.
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