Zapotes

5 de julio de 2010



Cada novela tiene su fruta. O su alimento característico. O, en su defecto, su alcohol más nombrado.
En esta novela, Mercader y adláteres (Caridad, Kotov) trasiegan litros y litros de café. Pero yo destacaría el deslumbramiento de un Trotski en tierras novohispanas ante alimentos distintos, frutas inimaginables: "(mangos, piñas, zapotes, guanábanas y guayabas) pulposas y dulces, insuperables para coronar el festín de unos gustos europeos deslumbrados por texturas, olores, consistencias y sabores que se revelaban exóticos para ellos. Abrumados por aquel banquete de los sentidos, Liev Davidovich descubrió cómo sus prevenciones se esfumaban y la tensión dejaba paso a una invasiva voluptuosidad tropical capaz de arroparlo en una molicie benéfica que su organismo y su cerebro agotados recibieron golosamente, según escribió". (pág. 252).

Leonardo Padura, "El hombre que amaba a los perros". Barcelona, Tusquets, 2009.

2 comentarios:

NC dijo...

¿A qué sabe un zapote?
¿Le gustaban a Trotski porque eran rojos?

HLO dijo...

Vaya usted a saber...O porque le recordaban a Frida.