Mundo Loewe

2 de abril de 2010



Reconoce Vila que fijarse en el atuendo de las personas (y más en el de las mujeres) es algo superficial. Pero también que es la única forma de calar a las criaturas antes de que digan esta boca es mía. Por eso no deja de percatarse de que la jueza lleva un pañuelo de una marca con nombre mitológico en la primera pasada de ojos que le da. Y en la última escena, la que casi cierra la novela, luce un estupendo bolso rojo y pañuelo de idéntico logo (madrileño pero con nombre extranjero, que el casticismo tampoco da para tanto). Vila lee esos complementos, lo mismo que el portal donde vive la magistrada o el trabajo pelucario de sesenta euros lo menos que luce su señoría, en clave de barrera; una nada sutil barrera social que separa el mundo de, después de todo, dos servidores del estado, dos funcionarios encargados de mantener la ley y el orden en este bienamado estado de derecho.
Pese a todo, el buen hacer de la jueza (y el suyo y el de sus colaboradores) lo reconcilia no sólo con la instancia judicial sino consigo mismo. Como le dice la perspicaz Chamorro (que ahora sabemos que es humana, no sólo por haberse enamorado illo tempore de un geyperman sino por sentir celillos de la talla 36 de la Salgado): "Resucitaste".

Lorenzo Silva, "La estrategia del agua". Barcelona, Destino, 2010

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